Por Rodolfo Aguilar Uzcátegui y Margaret Aguilar de Morejón
/ Foto cortesía Rodolfo Aguilar
El 11 de noviembre del 2016, en la ciudad de Lausanne, Suiza, falleció a los 72 años el gran campeón Gustavo Aguilar Rodríguez. Esto al lado de sus seres queridos. Un hombre fuera de serie.
Fue altamente conocido en su ciudad natal Valencia, estado Carabobo. El Economista, también el Caimito, como lo llamaban sus amigos, o el Mozuelo como lo denominaba el difunto periodista deportivo Raúl Albert.
Fue esposo de Alba Uzcátegui de Aguilar y padre de cuatro hijos: Gustavo, Rodolfo, Margaret y Reynaldo. Abuelo de Albanis, Rodolfo (Rudy), Gustavo, Alexandra, Victoria, Santiago y Grace. Hermano de Freddy Aguilar. Suegro de Marisol Fernandez de Aguilar, Ernesto Morejón y Dayana Ruedas.
Se destacó no solo por sus logros como campeón nacional de tenis de mesa o por representar a Venezuela en Juegos Suramericanos, sino también por ser el mejor estudiante de Economía en su promoción de la Universidad de Carabobo (UC).
Estudió en el ámbito superior ya casado y con cuatro hijos. De igual forma, trabajó en el Rectorado, fue ejecutivo en una clínica privada de renombre en Carabobo. Con su destreza financiera y espíritu visionario, él la sacó de la bancarrota.
Hace más de 20 años, su hijo -quien recibió en su corazón a Cristo- oró a Dios por la salvación eterna del espíritu y alma de su amado padre. Y un día antes de fallecer, el gran campeón Gustavo aceptó a Jesús como salvador, con lo cual se preparó para una partida con un final feliz.
Dios nos muestra de nuevo su fidelidad y su palabra es cierta. Como dice la Biblia en el libro de Filipenses 4:4-8, el Creador una vez más ha cumplido con sus promesas.
El Creador atendió las oraciones de su esposa, hijos, amigos y pastores. Y por medio de su gracia, él le abrió las puertas del cielo al gran campeón. Aunque Gustavo no está físicamente con nosotros, se halla ahora con Dios.
Cuando pienso en mi padre, lo primero que se me viene a la mente es un atleta olímpico. Él amaba la excelencia. No es coincidencia que sus restos estén en la misma ciudad donde se ubica el Museo Olímpico en Lausanne, Suiza.
Lo recordaremos como un triunfador en la vida, pese a haber tenido diversos obstáculos desde su infancia. Fue alguien que no daba excusas para lograr su propósito.
EL VERDADERO TRIUNFO
Cuando decimos que mi papá fue un triunfador, nos referimos al verdadero triunfo y no al que la sociedad, políticos, y otros, quieren sembrarle a nuestra gente, donde todo es dinero, dinero y más dinero o más cosas materiales.
El campeón venció en amor, honestidad, hermandad, amistad, sinceridad, sentido del humor, inteligencia, mente amplia, intelectualidad y profundidad en sus conversaciones.
También, en el respeto por los demás, la perseverancia y valentía. Por si fuera poco, se suma su entrega a sus hijos, familia y amigos junto a su esposa, con quien compartió más de 50 años.
De igual forma, fue bondadoso, dispuesto a ayudar si estaba en sus manos, independientemente de que no lo hayas tratado bien. Otro lauro fue pasarles esos atributos a sus hijos y nietos.
Sin embargo, la mayor de las victorias fue tener la fe de aceptar a Jesucristo como su salvador. Alcanzó muchas cosas, pero lo grande fue entrar en la presencia de Dios.
Debe estar hoy alegre, pues se encontró con sus padres Gustavo Aguilar y Margarita Rodríguez de Aguilar, al igual que con sus amigos y seres queridos. Con sus apreciados amigos y los que quería como unos hermanos, Rafael Enrique Casal y Samuel Olarte. Sabiendo cómo es mi viejo, debe estar conversando con Dios sobre Venezuela, Latinoamérica o sobre el mundo financiero. Por otro lado, debe estar estudiando y aprendiéndose las reglas del Reino del Creador. Debe estar humildemente viendo y comprendiendo cómo es que Dios hace las cosas.
UNA BÚSQUEDA
Lo que siempre admiraremos de nuestro padre es esa búsqueda por ser cada día mejor, sin hacer daño a los demás. Igual como dice Pablo en la Biblia, fue feliz teniendo cosas materiales y sin tenerlas. Alguien que, aún con heridas en su corazón, sabía perdonar.
Nuestro padre sembró en su familia grandes expectativas y retos. Siempre quise desde niño ser como él. Les puedo decir que mi papá puso la vara muy alta en caso de que algún día quisieras ganarle.
Y la razón de esto es que un auténtico campeón no solo le gusta competir, sino que, al final, el lauro lo obtiene dejándolo todo en el campo de batalla, tras haber puesto todo su cuerpo, alma, y espíritu. Ese fue mi papá.
EN LO ALTO
Mientras buscaba inspiración para escribir estas líneas, fui al Museo Olímpico, donde al entrar hay una barra de salto alto con el récord mundial. Con el brazo levantado, me preguntaba cómo una persona puede lograr saltar así.
De esa misma manera veo a mi papá en cada área de su existencia. Nos dejó la vara bien alta. Y sé con todo mi corazón que él está con Dios, y le puedo decir, viejo, no me la dejaste fácil, y de paso, finalizaste como todo un héroe.
Ahí nos esperas, y por eso nos toca a tus familiares y amigos deseosos de volver a verte, mantener una relación con Dios. Enseriarnos con él, enseñar a nuestros hijos y pasar esa llama del Creador y ser quienes lleven las antorchas, como en los Juegos Olímpicos, y ayudar a impactar la existencia de otros, así como nuestro padre impactó de forma positiva a muchos.
CUADRO DE LAS MARCAS
Mi papá dejó una gran marca en nosotros, y voy a mencionar algunas, pues fueron innumerables.
En honestidad y rectitud: Fue un hombre que no comprometía su integridad. Esto sin importar las consecuencias.
En inteligencia: Fue el mejor en lo que se focalizaba y se proponía. Recuerdo que me decía, “hijo, siempre busca ser el mejor en lo que te propongas”. En la vida solo hay tres premios: oro, plata y bronce.
En amor por el conocimiento: Pensó en que había que estudiar y aprender.
En espíritu de búfalo: No se rendía y siempre daba lo mejor hasta el final.
En motivar: Si estabas triste y le pedías un consejo, él te ayudaba, y te hacía sentir como que sí podías.
En ser buen padre: Además de lo que tenía que trabajar o estudiar, nunca nos faltó una vacación.
Como soñador: Quiso que todos sus hijos estudiaran, aprendieran inglés y crecieran profesionalmente.
En tocar instrumentos: Nos enseñó a cantar y a tocar el cuatro.
Como escritor, compositor: Escribía unos discursos que te inspiraban y le compuso una canción a mi madre.
Como atleta: El mejor jugador de tenis de mesa del país en varios años.
Como excelente estudiante: Fue el número 1 en su promoción, aun cuando estudió con casi 30 años, ya casado, con cuatro hijos y trabajando.
En valentía: Emprendía viajes por el mar abierto hacia islas del Caribe, por muchas horas, sin temor alguno.
En viajar por el mundo: Pasó por tres continentes.
Como exitoso ejecutivo: Sacó de la bancarrota a una empresa del área de la salud, y la convirtió en la mejor del estado Carabobo. Allí inventó e instaló sistemas de clase mundial.
En amistad: Te enfrentaba y te decía si no estaba de acuerdo contigo, y era fiel en soportarte, además de alertarte de que estabas equivocado.
Como un guerrero: Le ganó a tres infartos, un cáncer, válvulas en la aorta, y a una operación que todos los médicos decían que no la resistiría.
En humildad al reconocer sus errores: Me dijo en una oportunidad, cuando yo tenía como 15 años: “hijo, no aprendas de mí a ser tan bravo cuando te molestes, y cuida tus palabras”.
En fin, mi papá, a pesar de no haber sido formado en un hogar Cristiano, tuvo muchas características y atributos de un hombre de Dios. Pero él, con su humildad, no sabía que el Creador lo estaba esperando para un final feliz.